Indigno de ser humano by Osamu Dazai

Indigno de ser humano by Osamu Dazai

autor:Osamu Dazai [Dazai, Osamu]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1947-12-31T16:00:00+00:00


Tercer cuaderno de notas

Primera parte

De las predicciones de Takeichi, una se cumplió y la otra no. La poco gloriosa de que las mujeres se enamorarían de mí resultó cierta, pero no la venturosa de que me convertiría en un pintor de renombre. No logré llegar a ser más que un mal dibujante para publicaciones de pésima calidad.

A causa de lo acontecido en Kamakura, me expulsaron de la escuela y acabé viviendo en una minúscula habitación de tres tatami en la primera planta de la casa de «El lenguado». Al parecer, llegaban cada mes de mi lugar natal pequeñas sumas de dinero para mi manutención, aunque iban directamente a manos de «El lenguado». Además, procedían de mis hermanos que las enviaban a escondidas de mi padre. Mis relaciones con la familia se cortaron y, para colmo, «El lenguado» siempre estaba de mal humor; aunque le sonriera, nunca me correspondía. Me pareció asombroso —mejor dicho, cómico— cómo el ser humano podía cambiar radicalmente con la misma facilidad que se le daba vuelta a la mano.

No hacía más que repetirme: «Nada de salir, ¿eh? Nada de salir». No me quitaba los ojos de encima, como si temiera que, de nuevo, intentara suicidarme tirándome al mar para seguir los pasos de la mujer muerta. En suma, tenía terminantemente prohibido poner los pies en la calle. No podía tomar sake ni fumar, y me pasaba desde la mañana hasta la noche encerrado en la habitación de tres tatami de la planta alta, leyendo viejas revistas como un perfecto idiota; incluso había perdido los ánimos de matarme.

La casa de «El lenguado» se encontraba cerca de la escuela de medicina de Okubo. El cartel de su tienda, que ponía ANTIGÜEDADES EL JARDÍN DEL DRAGÓN VERDE, tenía bastantes pretensiones. Pero, en realidad, tenía la tienda y la vivienda juntas; una de las dos puertas era la estrecha entrada de la tienda, llena de polvo y de todo tipo de trastos viejos. Aunque no se ganaba la vida con ese negocio sino con transferencias de propiedades entre uno y otro cliente para evadir impuestos.

Lo cierto es que apenas pasaba tiempo en la tienda. Ya de mañana, salía disparado con el ceño fruncido, dejando a un aprendiz de diecisiete o dieciocho años a cargo de la tienda. Pero este, como no tenía mucho que hacer, se desocupaba y se ponía a jugar a pelota con los chicos del barrio. Además, seguro que consideraba al habitante de la planta alta como un demente, porque me llegaba con sermones en tono de adulto; aunque yo, con mi carácter de evitar enfrentamientos con cualquiera, escuchaba dócilmente con expresión de cansancio o de interés.

Al parecer, el aprendiz era un hijo ilegítimo de Shibuta, aunque no se trataban como padre e hijo. Como «El lenguado» era soltero, tiene que haber tenido algún motivo para eso, según el rumor que escuché entre mis familiares. Pero a mí no me interesan en absoluto los asuntos ajenos, de modo que no me preocupé de enterarme de mucho más.



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